jueves, 26 de noviembre de 2015

la métrica

Francisco de Quevedo

Francisco de Quevedo nació en Madrid en 1850, fue un escritor español, como sus padres desempeñaban altos cargos en la corte, tuvo una infancia en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudio en el colegio imperial de los jesuitas y posteriormente en las Universidades de Acalá de Henares y de Valladolid, ciudad esta donde adquirió su fama de gran poeta. Lamentablemente Francisco falleció en España en 1645.


A UN HOMBRE DE GRAN NARIZ de Francisco de Quevedo

É/ra/se un/ hom/bre a u/na/ na/riz/ pe/ga/do, A 11 sílabas métricas
É/ra/se u/na/ na/riz/ su/per/la/ti/va, B
É/ra/se u/na al/qui/ta/ra/ me/dio /vi/va, B
E/ra/se un/ pe/je es/pa/da mal bar/ba/do A

Era un reloj de sol mal encarado A
Erase un elefante boca arriba B
Érase una nariz sayón y escriba, B
Un Ovidio nasón mal narigado A

Erase el espolón de una galera C
Érase una pirámide de Egipto D
Los doce tribus de narices era; C

Erase un narcisismo infinito D
Frisón archinariz, caratulera C

Sabañón garrafal morado y frito C

Este poema describe la grande nariz que tiene un hombre.

Audio del poema


2- Contamos cuantas estrofas tiene y cuantos versos por estrofa

Tiene 4 estrofas y 4 versos por estrofa

3- Buscamos la definición de soneto
Soneto es Composición poética formada por catorce versos de arte mayor, que se distribuyen en dos cuartetos y dos tercetos.

4- Marcamos la rima, decimos que tipo de rima es y escribimos el esquema de la rima
ABBA ABBA CDC DCD

5- Contamos las sílabas métricas
11 Silabas métricas


6- Marcamos con color las silabas métricas que comprenden más de una palabra
La silaba métrica formada por la unión de la última vocal de una palabra con la primera vocal de la siguiente se llama sinalefa
Los versos que tiene más de ocho sílabas se llaman versos de arte mayor y su rima se marca con letras mayúsculas.
Los versos que tiene ocho o menos sílabas se ll

continuidad de los parques

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,

volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la

trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su

apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la

tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón

favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad

de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y

se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las

imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del

placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la

vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los

cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire

del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los

héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y

movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la

mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.

Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias,

no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un

mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y

debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un

arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas

caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo,

dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada

había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada

instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se

interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta

de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él

se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose

en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda

que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no

estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la

sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala

azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la

primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la

mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza

del hombre en el sillón leyendo una novela.

Pronombres que se refieren a "la novela"

"La abandonó por negocios urgentes"
Pronombres que se refieren al personaje "lector"

"Lo ganó casi enseguida"
"Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer"


¿A quién se refieren los pronombres "ella" y "el"?

El pronombre "ella" se refiere a la chica
El pronombre "el" se refiere al señor que lee el cuento y al amante

Diferencias entre los cortometrajes y el cuento original

En el primer cortometraje "https://www.youtube.com/watch?v=GUDspbzxplE" es muy similar a el cuento escrito.

El segundo cortometraje "https://www.youtube.com/watch?v=VbpWcu7hXOE" las diferencias con el cuento escrito son: en el cuento escrito cuando el amante está con la chica el rechaza los cariños de la mujer, ya harto de la situación secreta de ellos, en el cortometraje ellos se acarician mucho.
En el cuento dice que el amante ve a la mujer correr con el pelo suelto, en el cortometraje no aparece nada.
En el cuento dice que al marido "lector" lo van a matar de noche, en el cortometraje está de día.

Poema "Piu Avanti"

No/ te/ des/ por/ ven/ci/do/, ni aun /ven/ci/do, A
no/ te/ sien/tas/ es/cla/vo/, ni a/ún/ es/cla/vo;B
tré/mu/lo/ de/ pa/vor/, pién/sa/te/ bra/vo,B
y a/rre/me/te/ fe/roz/, ya/ mal/ he/ri/do/. A

Ten/ el/ te/són/ del/ cla/vo/ en/mohe/ci/do,A
que/ ya/ vie/jo/ y/ ruin/ vuel/ve a /ser/ cla/vo/;B
no/ la/ co/bar/de/ in/tre/pi/dez/ del/ pa/voB
que a/ma/ina/ su co/ra/je al /pri/mer ru/ido.A

Pro/ce/de/ co/mo/ Dios/ que/ nun/ca/ llo/ra,C
o/ co/mo/ Lu/ci/fer/ que/ nun/ca/ re/za,D
o/ co/mo el ro/ble/dal/, cu/ya/ gran/de/zaD
ne/ce/si/ta/ del/ a/gua y/ no/ la/ im/plo/ra...C

 ¡que/ muer/da y /vo/ci/fe/re/ ven/ga/do/ra C
ya/ ro/dan/do en/ el/ pol/vo/ tu/ ca/be/za!D

poema 12

Poema 12 
Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto como un viaje.
Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.

poema 15

Poema 15 
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía;
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

avanti


Avanti:

Si/ te/ pos/tran/ diez/ ve/ces/te/ le/van/tas     A
Otras/ diez/, otras/ cien/, o/tras/ qui/nien/tas B
No han/ de/ ser/ tus/ ca/í/das/ tan/ vio/len/tas  B
Ni/ tam/poco/, por/ ley, han/ de/ ser/ tan/tas. A

 



Con/ el/ ham/bre/ genial conque las plantas      A
A/si/mi/lan/ el/ hu/mus/ a/va/rien/tas,               B
De/glu/tien/do/ el/ ren/cor/ de/ las/ a/fren/tas   B
Se/ for/ma/ron/ los/ san/tos/ y/ las/ san/tas.       A

 



Ob/se/sión/ ca/si/ as/nal/, pa/ra/ ser/ fuer/te   C
Nada más necesita la creatura,/D
Y en cualquier infeliz se me figura.

 


y se/ rom/pen/ las/ ga/rras/ de/ la/ suerte…    C

¡To/dos/ los/ in/cu/ra/bles/ tie/nen/ cu/ra       D
Cin/co/ se/gun/dos/ an/tes/ de/ la/ muer/te!  C


viejo con arbol

Viejo con árbol 







A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.

—Ojo con la vía íalertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

—No pasan trenes, casi ítranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

—¿No vino la hinchada? íya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejoí. ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá íbromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referíí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

—No ísonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatadoí. Música ídijo después, mirándolo de nuevo.

Algún tanguito? —probó el Soda.

—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.

—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol.